¿Quién no tiene en mente un comercio de los de toda la vida? Una tienda de ultramarinos, confitería, sastrería, arreglos de zapatos, mercería… Negocios que cada vez se ven menos. En su lugar vemos grandes cadenas, franquicias, tiendas del producto que esté de moda en el momento o bazares que huelen fuerte a plástico. Creo que el cambio no nos está saliendo a cuenta, pero vamos yo qué sé.

Pues bien, ese negocio mítico que tienes en la mente, que desapareció y que no volverás a ver, tenía un nombre. Y seguro que un rótulo con su nombre. Una cápsula del tiempo con un testimonio directo de cómo era el diseño gráfico en otra época.

La gráfica como ventana al pasado

Para muchxs de lxs que nos dedicamos al diseño, esto es oro. Ya sean rótulos, bolsas, papel continuo, tarjetas, calendarios, posavasos, cerillas… Son ejemplos vivos de cómo se diseñaba antes de que el diseño estuviera asistido por ordenador.

Las limitaciones y posibilidades de las “herramientas analógicas” tenían un leguaje propio, diferente al que tenemos a día de hoy. Solo por ser diferentes, seguro que son interesantes, pero la cosa es que normalmente los procesos eran más largos y costosos; el margen de fallo era infinitamente menor (en el mundo real no hay command/control + Z). Todo se conformaba en base a unas necesidades de las cuales se hacía virtud, y las soluciones finalmente son maravillosas. En serio.

Cómo se realizaban antes las labores de diseño gráfico

La persona que se dedicaba a diseñar estas piezas no necesariamente tenía los conocimientos de diseño necesarios. Era común que fuera un técnico de la misma imprenta quien se encargaba de esto. Para esto existían cuadernos con modelos de rotulación. Láminas llenas de alfabetos en distintas tipografías, que iban desde las palo seco, hasta las caligraficas, pasando por las egipcias, romanas, fileteadas o cursivas. Una magia para lxs amantes de la tipografía.

Obviamente, hoy en día no existe nada de esto. Puedes conseguir estos catálogos en tiendas de antigüedades o de segunda mano. Y encontrarlos da tanto gusto como encontrar un tesoro.

Pues bien, imagina cuántas imprentas había entre principios y mediados del siglo pasado en una ciudad promedio. Seguramente más de una, pero no muchas más de diez (me lo estoy inventando). Contarían con sus catálogos tipográficos para los distintos encargos que tuvieran. En muchas ocasiones estos catálogos se repetían entre las imprentas. Las opciones eran bastante limitadas. Se podía estar usando una misma tipografía para una charcutería y para un relojero, y tenías que buscarte las mañas para que se identificasen sin confusión.

Esta limitación suponía una reducción considerable de las posibilidades estéticas. El diseño podía ser más local y reconocible. Consecuentemente, las ciudades tenían identidad.

¿Qué está pasando hoy en día?

En su podcast Diseño y todo lo demás, Anxo López preguntaba a Silvia Ferpal “Si tuvieses asignada la tarea de hacer el mundo más bello, ¿por dónde empezarías?”. Silvia lo tiene muy claro y responde rotundamente “Yo limitaría los usos tipográficos en las ciudades”.

Y es verdad que es demasiado común encontrarse con malas elecciones tipográficas. Es brutal cómo hay oficios que se han convertido en la casa de tócame roque con la era digital. Que todxs podamos hacer de todo trae cosas buenas y malas, y creo que el uso y abuso del diseño en el espacio público está siendo malo.

Se podría decir que el diseño está viviendo su particular proceso de gentrificación abusiva e irrespetuosa. Término del cual llevamos ya un tiempo oyendo hablar. A la vez que se cierra la papelería toda la vida (el lugar donde tus padres te decían que compraban su material escolar cuando eran niños) y abre en su lugar una tienda de carcasas para móviles (el lugar donde no vas a comprar nada a tus hijxs porque habrán cambiado 10 veces de negocio), el rótulo de la papelería acaba oculto tras el cartel horrible de carcasas con una tipografía horrible. Eso si hay suerte, si no, el rótulo de la papelería acaba muriendo en el vertedero.

No todos los héroes llevan capa

Como reacción contra esto, surge la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico.

En defensa de la idea de encuentro entre generaciones a la que nos lleva este espacio. Ante la acción destructora de los modelos de turistificación de nuestras ciudades, un gran grupo de personas sensibilizadas, en su mayoría profesionales del diseño gráfico, creatividad, arquitectura, arte…, sale en defensa para la protección, documentación, registro, catalogación… de los signos gráficos que conforman nuestro pasado. Bravo.

Actúan en el caso de que vean que un rótulo antigua está en peligro. Por ejemplo, una obra en el edificio, un traspaso de negocio, etcétera. Lo primero es intentar que ese rótulo esté en su lugar original, manteniendo la identidad del sitio. Si no es posible, hay que rescatarlo y conservarlo para que esta memoria no muera.

Desde sus cuentas en redes sociales documentan y comparten los especímenes con los que se van cruzando. Como si de una safari se tratase. Con este material crean libros, exposiciones, blogs y muestras de todo tipo. Mientras no halla apoyo de las instituciones al respecto, será necesaria la acción.

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