En un mundo donde saltamos los anuncios más rápido que un gato asustado, las marcas han tenido que volverse más listas. El product placement no es nuevo, pero ahora es inevitable. Y aquí es donde las cosas se ponen interesantes (y en ocasiones, un poco turbias).

¿Qué es realmente el product placement o emplazamiento publicitario?

Olvidémonos de los cortes publicitarios tradicionales. El product placement integra marcas directamente en el contenido que consumimos voluntariamente: series, películas, videojuegos, incluso posts de Instagram. No hablamos de menciones casuales para dar realismo, sino de acuerdos deliberados donde alguien paga para que su marca forme parte de la historia.

Su efectividad reside en que sortea nuestras defensas conscientes. Cuando James Bond conduce un Ford Mondeo (un acuerdo que, según se dice, costó 14 millones de dólares por solo tres minutos de tiempo en pantalla en Casino Royale 1), o Elliott usa Reese’s Pieces en E.T., la marca se filtra de manera casi subconsciente. Es lo que los académicos llaman “mensaje híbrido”: pagado, pero sin etiqueta publicitaria explícita.

 

Los Reese’s Pieces juegan un papel clave en la película de ET el extraterrestre, ya que nuestro joven héroe Elliott deja un rastro de estos dulces en el exterior que E.T. encuentra y que lo lleva de vuelta a él.

Esta ambigüedad aumenta la credibilidad percibida, pero nos lleva directamente al dilema ético: ¿estamos siendo engañados? Especialmente cuando la audiencia son niños que aún no han desarrollado filtros críticos.

Product placement, una práctica más antigua de lo que pensamos

El product placement tiene más historia que muchas marcas actuales. Sus raíces se extienden hasta el siglo XIX: Julio Verne mencionaba empresas reales en sus novelas, y Manet pintaba botellas de cerveza Bass en sus cuadros (porque los artistas, también tenían que comer).

En el cine mudo ya encontrábamos ejemplos descarados, como la chocolatina Hershey’s en primer plano en Alas (1927), donde no solo aparece una tableta de chocolate Hershey’s, sino que se le dedica un primer plano, disipando cualquier duda sobre su naturaleza promocional intencionada. El debate ético que tenemos hoy es casi tan antiguo como la práctica misma.

 

Alas (1927) de William A. Wellman.

La prensa cinematográfica de los años 20 ya criticaba el uso del product placement como algo “perjudicial para las salas de cine”.

España llegó tarde a la fiesta, despegando en los 90 con series como “Médico de Familia”. Hoy vemos colaboraciones más sofisticadas como SEAT en series globales, o Estrella Galicia en producciones nacionales. Hemos adoptado estrategias más refinadas observando modelos exitosos (básicamente, aprendimos copiando a los que ya sabían hacerlo).

 

Un servilletero de Estrella Galicia se “cuela” en la serie “Érase una vez”.

El laberinto regulatorio

La naturaleza híbrida del product placement lo convierte en un territorio complicado para los legisladores. En España, la Ley General de Comunicación Audiovisual lo permite en obras cinematográficas, series y programas de entretenimiento, con transparencia obligatoria: el público debe ser informado al inicio, al final y tras las pausas publicitarias.

Las prohibiciones son claras: nada de tabaco, medicamentos con receta, y está vetado en programas infantiles. Cualquier emplazamiento subrepticio está expresamente prohibido.

Pero aquí está la paradoja: mientras las regulaciones buscan transparencia, la industria optimiza constantemente el impacto sin salirse de la ley.

Es una batalla constante entre innovación y protección; y con la IA, la línea entre contenido y publicidad se difumina cada vez más.

 

Los vinos de la bodega Marqués de Vargas se integran a través de diferentes inserciones de product placement en la trama central de Perfectos desconocidos, película dirigida por Álex de la Iglesia.

Los tipos de integración (porque no todos los emplazamientos publicitarios nacen iguales)

  • Visual: Desde primeros planos obvios como la taza de Starbucks de tu personaje favorito, hasta segundos planos sutiles como el logo de Central Perk en Friends.
  • Verbal: Cuando un personaje menciona directamente la marca en el diálogo. Funciona, pero puede sonar forzado si no está bien integrado.
  • De uso: El personaje interactúa activamente con el producto. James Bond y sus relojes Omega son el ejemplo perfecto de cómo hacerlo bien.
  • Digital/Virtual (VPP): La evolución actual. La IA puede insertar marcas en contenido incluso después de su producción (y aquí es dónde las cosas se ponen verdaderamente interesantes).

 

James Bond mostrando su ya clásico reloj Omega y un portátil de Sony en Casino Royale.

Product placement e IA, el cambio de las reglas del juego

La Inteligencia Artificial está transformando el product placement de proceso estático a disciplina dinámica. Empresas como Mirriad pueden insertar marcas en cualquier contenido audiovisual, incluso en metraje antiguo. Esto significa productos modernos en películas clásicas, a menudo sin que nos demos cuenta de la inserción retroactiva. Mira aquí como lo hacen.

Para los anunciantes es un sueño: mayor afinidad con la marca y aumentos de hasta el 35% en ventas. Para los creadores: nuevas vías de monetización. Pero esto plantea preguntas serias sobre la integridad artística: ¿estamos alterando la visión original del artista? ¿Hasta dónde permitimos la comercialización de nuestro patrimonio cultural?

 

Un icónico product placement en la historia del cine, la pelota de voleibol de la marca Wilson en Naufrago que al final cobra vida y resulta ser el único e inseparable acompañante de Tom Hanks.

Las dos caras de la moneda en el product placement

  • Ventajas: Alcance masivo, mejor asimilación de mensajes, inmunidad a bloqueadores de anuncios y construcción de percepción de marca aspiracional. Es más sutil y, cuando está bien ejecutado, más efectivo.
  • Riesgos: Una mala ejecución puede anular la inversión. La falta de coherencia entre marca y contexto genera rechazo. Y siempre está presente la delgada línea entre sutileza y engaño, con el riesgo de caer en lo ilegal.

 

 

Cuando se trata sustancias como el tabaco, la publicidad está altamente restringida. Pero en Mad Men, serie ambientada en los años 80, por lo que lograr una ambientación adecuada es una oportunidad para marcas como Lucky Strike.

En España, un tercio de los consumidores tiene una imagen favorable del product placement, frente a solo un 11% negativa. Los jóvenes de 25 a 34 años son los más receptivos (40% de visión favorable). Sin embargo, en redes sociales, un 40% lo percibe como “publicidad enmascarada”, lo que demuestra una creciente conciencia sobre la intención comercial subyacente.

El futuro te rodea, ¿lo ves?

El product placement ya no es una estrategia secundaria; es el aire que respiramos en el contenido que consumimos. Con la Inteligencia Artificial, esto va a otro nivel: hablamos de capas publicitarias dinámicas e hiperpersonalizadas que se insertarán en tu experiencia sin que apenas te des cuenta.

Es la jugada maestra para las marcas: estar en tu mente sin interrupciones.

Mientras la tecnología nos abre un universo de posibilidades, la pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿cuánto estamos dispuestos a aceptar? ¿Hasta dónde permitiremos que la línea entre el contenido y la publicidad se diluya sin aviso? No se trata solo de optimizar algoritmos, o de monetizar cada segundo de atención, se trata de mantener la integridad del arte que consumimos y de respetar tu inteligencia como audiencia.

La próxima vez que veas un producto “casualmente” bien posicionado en tu pantalla, tómate un segundo para pensar: ¿es parte de la historia o te están contando otra cosa? La diferencia es cada vez más sutil, pero importa.

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