En el diseño, las tendencias giran más rápido que un feed de Instagram, pero una constante asombra: la incesante avalancha de ofertas formativas. Parece que si no inviertes en formación continua, te quedas atrás. Hablamos de grados, títulos propios, bootcamps intensivos, cursos online y micro-credenciales que prometen el “dominio” de una herramienta en un fin de semana. Como si el diseño fuese algo que puediese aprenderse en 20 horas.
¿Es este frenesí formativo una verdadera sed de conocimiento o simplemente “titulitis” disfrazada de crecimiento profesional?
El dilema del diploma: ¿formación vacía o conocimiento real?
La sed de conocimiento es genuina, pero la oferta formativa en el ámbito del diseño ha creado una jungla. Cada nuevo máster o experto promete prestigio, calidad y acceso a redes o prácticas. La idea es que la formación empodera y madura nuestra comprensión del diseño: ya no solo importa qué sabes hacer, sino cómo piensas y generas valor.
El problema surge cuando la apariencia no sigue a la esencia. Un título rimbombante puede esconder una formación que no justifica ni su pomposidad ni su precio. ¿Son estas ofertas reales o son solo “algo brillante” para atraer estudiantes (y su dinero)?
La gran promesa capitalista aplicada a la formación en diseño
Aquí conectamos con una gran falacia de nuestra era: “Puedes ser lo que quieras ser”. Esa narrativa seductora que el capitalismo nos vendió, animándonos a perseguir sueños y diciendo que talento y esfuerzo bastaban para llegar a la cima.
Pero la frase ha mutado a: “Puedes ser lo que quieras ser… si puedes permitírtelo”.
¿Diseñador UX? Bootcamp de 8.000 euros. ¿Experto en branding? Máster de 15.000 euros. La aspiración se monetiza, y la puerta de entrada a la vocación requiere una inversión que no todos pueden afrontar. La formación continua se vuelve una necesidad impuesta por el mercado, con precios desorbitados. El sueño se topa con la cartera, perpetuando una brecha económica.
La formación como panacea
Bootcamps: ¿acelerador o quemazón rápida?
Los bootcamps se posicionan como la “solución exprés” para reconvertirse o especializarse. Prometen inmersión total, ritmo frenético y rápida inserción laboral. Sus altos costes se justifican por la intensidad y el contacto profesional.
Son buenos por su intensidad y enfoque, ideales para una base sólida en habilidades demandadas y fomentar el networking. Pero su ritmo agotador puede llevar al burnout. Se toca mucho y se profundiza poco, priorizando la empleabilidad inmediata sobre el pensamiento estratégico. Sus costes a menudo desorbitados, no son accesibles a la mayoría de los jóvenes que ya han invertido mucho dinero en una carrera y un máster.
Domestika, Udemy y la paradoja del curso corto
Plataformas como Domestika o Udemy entre otras tantas, han democratizado el acceso a cursos de diseño asequibles para aprender software o técnicas específicas. Son complementos fantásticos para repasar o iniciarse. Pero son eso, herramientas, no la caja completa de una carrera en diseño.
El problema es la falta de profundidad y acompañamiento. La mayoría son unidireccionales, sin feedback real ni debate. El riesgo aquí es sentir que sabes algo por un curso online, cuando apenas has rascado la superficie. La acumulación de certificados puede dar una falsa sensación de experticia.
Si la experta lo hace así, esta bien hecho.
La ausencia de feedback genuino es un gran agujero negro. En estos formatos, se ofrece un vídeo o PDF como la verdad absoluta, el “Santo Grial”, sin espacio para la cuestión, la reflexión crítica o el pensamiento divergente. Un o una gurú de la materia, nos relata su forma de hacer algo y por supuesto, creemos en su técnica y resultados a pies juntillas: “Si la experta lo hace así, esta bien hecho”. El diseño requiere experimentación y feedback para desarrollar habilidades esenciales. Un diploma certifica un curso, no una mente crítica cultivada.
La formación pública: ¿salvavidas oxidado o subestimado?
¿Dónde queda la formación pública en este frenesí privado? Los cursos gratuitos o para desempleados parecen la alternativa ética y accesible, el “caballero blanco” en un panorama mercantilizado. Pero, ¿están realmente a la altura de la demanda?
La realidad es que la burocracia, la lentitud en actualización de contenidos y la falta de recursos dejan a estos programas años luz por detrás del mercado. Es como intentar correr la Fórmula 1 con un Seat Panda.
Los programas formativos públicos a menudo enseñan software o metodologías obsoletas, con docentes sin experiencia práctica reciente. Las modalidades híbridas u online se desaprovechan en plataformas poco intuitivas. La prometida “inserción laboral” o las prácticas suelen ser escasas o inexistentes.
En definitiva, la formación pública en diseño parece por el momento que se queda corta en ofrecer una educación relevante y actualizada, incapaz de brillar como las costosas ofertas privadas.
El espejismo de la “titulación” en diseño y la paradoja del junior
Es frustrante la desconexión entre lo que se “titula” y lo que se “aplica”. Tras invertir en cursos de diseño, las ofertas piden años de experiencia… ¡un círculo vicioso! Si los títulos son tan importantes, ¿por qué el mercado laboral no los valora como única puerta de entrada? La teoría está bien, pero la práctica hace al maestro.
Como estudio que recluta asiduamente talento, un consejo: un portafolio sólido vale más que un puñado de cursos.
La oferta junior hilarante: ¿generalista o especializado?
La incoherencia del mercado laboral es delirante. Las ofertas para “diseñador/a junior” son un campo de minas: “junior con 3-4 años de experiencia” o el “Full Stack Designer” (imposiblemente polivalente). Esta generalidad forzada choca con la especialización demandada.
Esto genera presión: los jóvenes diseñadores sienten que deben hacer todos los cursos posibles para cumplir requisitos irreales. La titulitis se vuelve una armadura para una batalla desigual y sin cuartel. Al final, uno se pregunta si el famoso meme, tendrá razón:
Años de estudio y lo único que debía saber era inglés y Excel.
La etapa de formación en un nuevo curro
De los creadores del “peregrinaje formativo” y la “odisea de ofertas junior” llega la secuela: “¡He conseguido un curro y… ¿ahora qué?!”. Desgraciadamente, la primera etapa como trabajador suele ser una gymkana en solitario. Una fase que debería ser formativa y guiada por un senior, pero que a menudo se convierte en una batalla donde aprendes a golpes, sin la mentoría ni las estructuras claras que te permitan florecer.
La formación interna ideal: Inversión, guía y crecimiento real
La realidad puede y debería ser diferente. Una formación interna bien diseñada es una inversión inteligente. Implica que la empresa asume un rol activo, asignando un mentor o senior que guíe al nuevo miembro y estableciendo un plan de acompañamiento claro. Esto se traduce en un onboarding efectivo, acceso a conocimiento específico y feedback constante. En este escenario ideal, el nuevo empleado no solo aprende a operar, sino que desarrolla un pensamiento estratégico y se siente parte activa del equipo. Se promueve una cultura donde el crecimiento es mutuo, convirtiendo el nuevo talento en un activo valioso y elevando la calidad del trabajo. Es el paso de la supervivencia individual a la colaboración enriquecedora.
La formación “interna” y la “cultura de oficina”: ¿realidad o fachada?
¿Y la formación dentro de la empresa? A menudo se limita al curso anual de prevención de riesgos o un PDF cutre. La formación real es un oasis. Las empresas priorizan la producción, esperando que el diseñador venga “ya sabido” o se forme “por su cuenta”, en su tiempo libre. La formación continua recae en el trabajador.
Además, las ofertas prometen “Buen ambiente laboral, joven, dinámico. Parrilla, futbolín y café gratis”. Mi escepticismo me lleva a pensar que estas “ventajas” enmascaran la expectativa de vivir en la oficina. El buen rollo se transforma en obligación. Si eres introvertido, ¿no encajas?.
Un buen ambiente no se construye con distracciones, sino con salarios justos, respeto a los horarios y oportunidades de crecimiento real. El diseñador necesita su espacio y contexto para brillar, no un neón intermitente que le obligue a estar siempre “on”.
La fantasía de postear miles de formaciones en LinkedIn: ¿visibilidad o vanidad?
No podemos ignorar la fantasía del postureo formativo en redes profesionales. ¿Un certificado de LinkedIn sirve para algo? Esta tendencia busca visibilidad en un mercado saturado.
Pero, ¿un curso de 20 horas de UX te convierte en experto si no lo aplicas?
Para muchos reclutadores, la acumulación de diplomas sin proyectos que los respalden puede ser contraproducente. Da la sensación de un “saber por saber” sin ejecución. La verdadera valía reside en la aplicación real del conocimiento, la capacidad de resolver problemas y crear valor. La “titulitis” en LinkedIn es una burbuja que explota.
Mirando al futuro: Formación en diseño en la era de la IA
Con la Inteligencia Artificial redefiniendo habilidades, la clave es la diferencia entre trabajar con IA y que “te lo haga la IA”. Hay negacionistas que creen que es solo darle a un botón y trabajo hecho. Esta mentalidad simplista no solo es errónea, sino peligrosa.
¿Cómo demostrar que la IA es un plus y no un plagio? La respuesta es curiosidad y experimentación con propósito. La IA puede ser un profesor incansable, dándote ideas, estilos. Saber dar los prompts correctos, refinar resultados y entender sus límites, será una habilidad tan valiosa como dominar Figma o Photoshop.
Es la diferencia entre un mero “operador” y un “creador con la inteligencia”. La IA no plagia; genera. El plagio es la falta de ética de quien la usa sin criterio.
Como bien decía Picasso, “Los buenos artistas copian. Los grandes artistas roban…”, pero en el contexto de transformar ideas e influencias para crear algo original y propio, no de la imitación superficial. Con la IA, el gran artista robará, asimilará y reinventará.
La IA puede ser un profesor incansable, dándote ideas, estilos.
En el mundo del diseño, estas capacidades serán nuestra marca personal e intransferible. El reto no es solo acumular títulos o certificados de IA, sino vivir auténticamente ese conocimiento en cada briefing, en cada propuesta, en cada entrega. Porque al final, diseñamos para humanos, con la ayuda de algoritmos, no para algoritmos ni para acumular diplomas.