Cuando hablamos de un logotipo (coloquialmente llamado logo) normalmente nos referimos a un signo que identifica gráficamente a una marca, producto, empresa, organización, proyecto o entidad de cualquier tipo.
Entre otras muchas cosas, éste sirve para generar una imagen mental de la marca en el público. También transmite valores a través de la forma de los elementos que lo componen, el color o colores, la tipografía, etcétera.
El logotipo es quizá el rasgo más importante de la identidad de marca. Debe ser muy reconocible y diferenciador para conseguir que el usuario la recuerde con facilidad. Entre otras características, es necesario que se lea y adapte bien a prácticamente cualquier tamaño, también que se pueda adaptar para su reproducción sobre cualquier material.
Sin embargo, la realidad es que no siempre está bien dicho cuando nos referimos a un logotipo. La representación gráfica de una marca se denominará de una u otra forma en función de los elementos que la compongan. De este modo:
Es decir: referirnos al signo de la manzana mordida como “el logo de Apple” está mal dicho. Aunque hay claras diferencias entre logotipo, imagotipo, isotipo e isologo, al final casi todos acabamos llamándolo logotipo. De esta forma nos entendemos. Ya que en cualquier caso debe primar el sentido común y una buena comunicación.
Si bien una marca puede adaptar su imagen corporativa a las tendencias gráficas en cualquier tipo de comunicación, ya sea comercial o corporativa; pensamos que un logotipo no debería estar muy sujeto a una moda o tendencia gráfica. Ya que el logotipo quedará anticuado con ella en cuanto ésta pase, llegando a dar una mala imagen de marca.
En una buena identidad visual corporativa, habrá elementos que puedan renovarse y variar con el tiempo, pero aspectos como el logotipo o el propio nombre de la marca deberían tener la suficiente identidad para ser reconocible y la neutralidad para perdurar.